CUENTO: "Domingo y recortes estéticos" por Delfina González.

 




-¿Cómo está tu mamá? -Preguntó una señora de edad avanzada, mientras paseaba por la habitación contemplando los diversos carteles de modelos y productos para el cabello.

-Está un poco mejor. El otro día encontramos un clavo incrustado en su pie izquierdo. La pobre ni se había percatado, dijo que no sintió nada -Contestó Cintia la peluquera, mientras encendía la radio y acomodaba unas tijeras. Una canción evangélica de estilo pop inundó el lugar y la mujer que merodeaba por el sitio se detuvo frente a él, lo miró con una expresión extraña, casi desconcertante. Por un momento parecía que iba a decir algo pero se limitó a compartirle una sonrisa forzada y luego se sentó a la espera de ser atendida.

- ¡Que pena! ¿No la llevaron al hospital? -Preguntó no sin antes mirarlo desde el reflejo del gran espejo colgado en la pared.

-Sí, aunque se suponía que desde que le amputaron una de sus piernas, ya no debía pasarle más nada. Pero qué se yo, siempre terminamos encontrándole algo nuevo.

Cintia suspiró y se secó el sudor de la frente a pesar de que esa mañana hacía el frío suficiente como para usar gorro y bufanda.

-Andrés ¿Qué es amputar? -Le preguntó Melody, su hermana pequeña. Él observó nuevamente a las mujeres quienes se habían vuelto para mirarlos. La niña siempre hablaba demasiado alto, incluso cuando intentaba lo contrario. Las señoras no parecieron ofenderse, solo guardaron silencio. Melody aún esperaba una respuesta, así que él contestó lo más bajo posible.

-Amputar es cuando tienen que extraer algún miembro del cuerpo, como un brazo o una pierna.

-¿Y por qué lo hacen? -Parecía un poco asqueada por su respuesta.

-Depende, mayormente es por enfermedades pero también puede deberse a otras cosas, como accidentes, por ejemplo.

Melody pareció distraerse porque en cuanto Andrés la miró, ella estaba jugando con un par de viejas zapatillas que agarró de la caja de donaciones que estaba en el suelo. Él se ajustó el piercing de su mejilla y tomó una de las revistas de la mesa ratona junto al asiento. La mayoría de las fotografías de aquellas páginas mostraban a parejas estéticamente perfectas. Tenistas y modelos, actrices y cantantes, periodistas y personas vinculadas al mundo empresarial. Cada uno de ellos con un aspecto impecable y una sonrisa radiante en el rostro. Al ver esto, Andrés centró su mirada en el espejo y se vio a si mismo. Su rostro lleno de perforaciones, aros en los labios y en la nariz, piercings en las cejas, la lengua y las mejillas, expansores y aros a lo largo de ambas orejas, su cabeza rapada y sus uñas pintadas de negro. Volvió la mirada a la revista y por un momento se preguntó si eso era lo que sentían las personas que acostumbraban comprar esas cosas. Comparar sus vidas con las de esas personas, su aspecto, incluso sus bienes. Pensó en los hombres y las mujeres que luego de observar aquellas imágenes se negaban a mirarse al espejo a causa del desprecio y la molestia por no ser como aquellos individuos que tanto se ven por todos lados. Andrés cerró la revista y la arrojó debajo de su silla. 

-¿Necesita que le corte las puntas? -Cintia esperaba una respuesta mientras la clienta se inspeccionaba a si misma en el espejo.

-Necesito tintura, ya se empiezan a ver de vuelta las canas y no quiero que mi marido lo note.

-¿A él no le gustan las canas? -Preguntó con curiosidad la peluquera.

-No, de hecho se burla cuando las ve.

-¿Pero él no tiene? -Quiso saber.

-Es diferente. A los hombres siempre se les ve mejor que a las mujeres, a nosotras solo nos reflejan el evidente paso del tiempo ¡Que horror! no quiero ni pensarlo.

Cintia iba a decir algo pero Andrés la interrumpió antes de que pudiera hacerlo.

-Cintia ¿Podrías guardarme mi turno, por favor? Vamos a volver por la tarde.

-Sí, no te preocupes. Mándale saludos a tu mamá.

El muchacho agarró la mochila de su hermana y ambos salieron del lugar. Cuando la puerta estuvo a punto de cerrarse oyó:

-Que bueno que se fueron, ese muchacho me ponía nerviosa. Pobre esa criatura, que vergüenza tener que salir a la calle con alguien así ¿No te parece?

Él no esperó a oír respuesta alguna, abrigó a su hermana y ambos siguieron su camino bajo el cielo gris y entre el viento frío. 

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