LITERATURA: "Carta no enviada" de Delfina González.













Carta no enviada.


1953.


Querido amigo:

Pensé tantas veces en escribirte esta carta, que quizás ya lo dije todo con la voz muda mientras preparo el desayuno, mientras camino detrás de vos en el jardín, o cuando escucho tus pasos por la casa durante la noche. Pero hoy, que el cielo esclareció con esa niebla fría que decís que huele a leche y a tierra mojada, no quise dejar que las palabras se me escapen otra vez.

Es extraño, porque a mi edad, fingí tantas veces emociones que no eran mías, pronuncié declaraciones de amor desprovistas de sinceridad, sin alma, corazón ni espíritu. Sin embargo, en tu compañía, no encuentro el modo de decir las cosas de la manera correcta, como realmente me gustaría pronunciarlas.  

Me hacés reír, y eso ya sería suficiente, pero también en vos existen silencios cuando estás conmigo, y eso es aún más extraño, porque ese silencio no pesa, no duele, es mínimo sin pedir llenar el aire con algo más. Me basta con que estés en la habitación, con ese modo tuyo de existir sin ruido, como si el mundo fuese un poco más firme y completo con tú presencia. 

La primera vez que te vi, pensé: “Este hombre tiene algo en los ojos que no puede ser interpretado, es casi indescifrable, un acertijo indescriptible”. Era cierto, y todavía sigue siéndolo. A veces, cuando me observás sin mirarme, cuando fingís estar leyendo y solo estás esperando que yo diga algo, tengo la sensación de que estuviste en mi vida desde siempre.    

Hay noches en que me despierto y me quedo inmóvil, escuchando tu respiración. No es deseo lo que siento, aunque sí te deseo, sino algo más antiguo, como si hubiese encontrado una canción que no podía recordar, y que ahora no quiero cantar por miedo a perderla.

Sé qué somos, pero no sé si algún día podremos llamarlo por su nombre. El mundo no está hecho para los hombres como nosotros. Pero esta casa, nuestras plantas, nuestros libros y nuestras tantas fotografías, al menos, sí lo están. Este pequeño sitio, las tazas de té, la lámpara de la cocina que dejamos encendida por costumbre...Todo eso ya me habla de vos. Todo eso, en mí, ya sos vos, y yo soy en tu persona.

No es necesario que digas nada. No espero una respuesta. Tampoco tenés que leerlo. Solo quiero que sigas cebando el mate cuando yo no pueda levantarme. Que continúes corrigiéndome cuando me equivoque al cantar, con esa expresión de fastidio que no lográs fingir. Quiero que sigas dejando tu abrigo sobre mi silla. Y que te quedes. 

Eso es todo lo que quiero. 

 

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