RELATO: "Irlanda" por Delfina González.

 



  Conocí a Jonathan en una fiesta del colegio. Corría el año 2017 y yo por entonces aún era Alexandra (O al menos ese era el nombre al que respondía). Mi hermana gemela y yo acabábamos de comenzar el cuarto grado y palpitábamos de forma entusiasmada nuestro nuevo hogar en Irlanda. Para ella estar un año fuera significaba alejarse de todos los males que la acechaban y para mi, el comenzar de nuevo en otro lugar, aunque fuese por solo doce meses, me concedía la oportunidad de encontrarme a mi mismo, a quien en cierta forma siempre supe dónde estaba pero me urgía que todos conocieran.

 La Alexandra que fui para los demás desde que nací hasta mis dieciséis años, era una chica linda de cabello largo que siempre llevaba los labios pintados de diversos colores y el iluminador en los pómulos que resaltaban sus ojos color miel. Vestía con Sweaters delicados y jeans apretados que resaltaban (algo que mi mamá siempre repetía) una bonita figura femenina; sin embargo, aquella noche de Marzo fui tan yo como nunca antes lo había sido. 

 La fiesta de cumpleaños de Jazmín era un evento que sus papás realizaban cada año y lo tomaban tan enserio, que la organización que mantenían se asemejaba al nivel de fiestas tan exageradas e innecesarias como los premios Óscars, opinión que su propia hija compartía conmigo. A pesar de eso y del pesar que suponía para un grupo de pobres adolescentes, el tener que vestirse de manera formal para poder acceder a un copa de alcohol, representaba también el cariño que le tenían a  Jazmín (sentimiento al que yo también me incluyo). En ese mismo día mi mamá y yo discutimos varias veces. Quizás tres, aunque pasó tanto tiempo de aquello que no logro recordarlo con exactitud, pero sí tengo presente el porqué de nuestras discordias. 

Mi manifestación comenzó a temprana edad. A los doce años, para ser más exacto. Siempre sentí una inquietud muy severa en cuanto a mi persona y en cuanto a quién representaba , no solo para mi sino para todos aquellos que me rodeaban. Comenzó como un malestar, pero no físico, más bien del alma. Algo que se presentaba con tal magnitud pero que no provocaba dolor sino una gran disconformidad con  todo lo que me cubría y con todo lo que decía. Sentía tan extraño el oír mi nombre ser dicho en boca de alguien más como cuando yo  lo repetía frente al espejo, una y otra vez. Al principio mi propia confusión me llevo a ignorarlo, pero poco a poco sentía como si fuera un extraño que habitaba el cuerpo incorrecto, no era capaz de sentirme conectado al él, incluso no era capaz de percibir una semejanza entre mi hermana Nora y yo, quienes por fuera éramos prácticamente la misma persona. 

Las verdaderas revelaciones vinieron un par de años más tarde, cuando realmente me di cuenta de porqué pensaba lo que pensaba y sentía lo que sentía. 

Conocí a mis amigos cuando comencé la secundaría y nos volvimos inseparables desde entonces y lo supe en cuanto pude verme en completa perspectiva. Yo no era lo que mi cuerpo mostraba al mundo y no pude descubrirlo sino hasta que los conocí a todos ellos, quienes me abrazaron y reconocieron como realmente era mi identidad. Lamentablemente con mis papás no fue lo mismo. En primer lugar a Nora mis problemas suponían poca cosa, ya que la pobre  por aquel entonces se encontraba padeciendo el pico más alto de la bulimia nerviosa, así que era casi imposible contar conscientemente con su apoyo ya que estaba consumida por sus propios demonios. Sin embargo, la atención que recibía tanto de mamá como de papá era la de siempre, nada fuera de lo común, punto que me alentó a hablar con ellos sobre el tema aunque una vez hecho, me sorprendió no recibir la acogida que esperaba. Papá no lograba entenderlo y a Mamá le pareció una tontería sin importancia a la que decidió denominarla como una simple “etapa” y ambos lo dejaron pasar. La situación en casa comenzó a intensificarse cuando decidí insistir en varias y repetidas ocasiones, en donde ambos terminaban por echarse la culpa el uno al otro. Mamá decidió ocuparse de lleno en el asunto y se encargó ella misma de renovar mi guardarropas, instalarme un tocador que llenó de maquillaje y, como frutilla del postre, intentaba emparejarme o molestarme de alguna manera con cualquiera de mis amigos, los cuales, sin que mis papás supieran me apoyaban incondicionalmente. 

El ochenta y cinco por ciento de mi adolescencia se desarrolló entre el ocultamiento y la farsa, ambas aspectos con los que me costó lidiar como nunca nada me hizo sufrir.

Vi mi mayor oportunidad cuando, a finales del 2016 mis papás decidieron que debíamos pasar un tiempo lejos de casa para rehabilitar el lazo familiar (excusa que utilizaron para encubrir la enfermedad de Nora). En cualquier otro momento yo me hubiera negado rotundamente, ya que doce meses completos lejos de mis amigos suponían una eternidad, pero decidí que era la oportunidad ideal para hacer entender a mis padres aquello que era de tanto valor y relevancia para mi persona. Me dediqué a disfrutar el verano lo más pleno posible. Fui a fiestas, salí con mis amigos y recorrí todos los lugares de Buenos Aires que nunca antes había visto, a pesar de cómo eran las cosas en casa y la imagen que se tenía de mí (completamente superficial porque solo centraban la mirada en los que sus ojos podían ver) intenté que el positivismo no se esfumara de mi mente.

 La fiesta de cumpleaños número diecisiete de Jazmín se festejaba el día anterior a nuestra partida y me costó mucho trabajo convencer a mis padres de que nos dejarán asistir a Nora y a mí. Esa fue la primera discusión. La segunda, fue mi atuendo. A pesar de que mamá en un principio no quería que fuésemos a la fiesta, sí se había cerciorado de comprarme un vestido ante la posibilidad de que cambiara de opinión sobre el cumpleaños. Yo planeaba vestirme con un simple pantalón de vestir (de mujer) y una camisa blanca, ambas prendas que cumplían con la vestimenta requerida. Sin embargo, mamá no iba a permitir que saliera de casa sino era en ese maldito vestido negro, que sí, era hermoso y cualquiera hubiera besado sus pies con tal de poder lucirlo en la fiesta, solo que yo no era una de ellas. Como seguramente ya adivinaron, fui a la fiesta…con el vestido y no solo con él, sino con mis labios rojos carmesí y unos bellos bucles en las puntas de mi cabello. Mamá lo había conseguido…otra vez. Sí bien, no era la primera vez que me enfrentaba al tal exposición, la incomodidad que padecía aquella noche no podía compararla con ninguna otra, quizás era porque pude contemplar la verdadera frialdad de mí madre con respecto a mi.

Todos mis amigos se encontraban en el salón, hermosos todos.  Me sentí mal en ese momento, pero la envidia que tenía al verlos vestir lo que decidieron me rompió el corazón por completo y ellos lo sabían perfectamente. Nunca fui de las personas que disfrutan de la música en la pista de baile, así que hice lo que hacía en todos las fiestas a las que asistía, pegarme a la pared y mirar a las personas mecerse al ritmo de las canciones. Me encontraba completamente absorto de todo tipo de problema, intentando no pensar en aquello que amargaba mi ser, ignorando lo que estaba a punto de sucederme.

Justo en la entrada del lugar apareció aquel chico, delgado como nadie que había conocido antes, con la piel más blanca y el cabello más negro que jamás había visto. Llevaba puesta una camisa color rojo oxido y pantalones oscuros. Su semblante era una mezcla entre comodidad y atención, como si estuviera completamente consciente de que vestía de una manera llamativa. Mis ojos lo siguieron durante todos el recorrido que hizo hasta llegar al otro lado del salón, donde se reunió con un grupo de personas. Una de ellas lucía encantada por lo que veía y parecía admirar el atuendo del muchacho mientras tocaba su hombro, gesto al que no pude evitar prestarle mucha atención. No tenía idea en qué momento cambiaron la canción ni sobre que trataba la letra que todos repetían, porque en mi cabeza automáticamente sonaba el silencio que pensaba que necesitaba con urgencia en aquel momento, como si el estar contemplando al muchacho delgado necesitase sí o sí grabarse en mi memoria a la perfección. 

Durante toda la noche me mantuve pendiente de su presencia, de sus idas y venidas. Por más que intentara, no podía recordar si lo había visto antes. No tenía conocimientos de en dónde podían estar mis amigos, lo único que yo quería era acercarme a él, me urgía la necesidad de oír su voz o descubrir el color de sus ojos, sin embargo la timidez me ganaba con mucha ventaja.  

En un momento de la noche (y lo recuerdo perfectamente) el muchacho se sentó solo en la barra, y aunque lo dudé durante casi diez minutos me senté disimuladamente a su lado sin mirarlo, pero con la intención de que él si me pudiera ver a mi. La ansiedad comenzó a correr por mis venas de tal manera que sentía como mis venas bombeaban. Intenté mirarlo en varias ocasiones pero solo era capaz de contemplar su perfil porque no me atrevía a verlo por completo. Gesto que él me confesé años más tarde, le pareció gracioso. 

A veces me pongo a pensar qué sería de nosotros si él hubiera decidido no decir nada. Porque fue él quien me habló a mí primero. “-¿Me vas a hablar o solo te vas a quedar ahí, mirándome como una acosadora?” Recuerdo que sus palabras me horrorizaron por completo. No sabía en dónde esconderme por la vergüenza que sentía, aunque de una manera extraña me encontraba completamente satisfecho de oír su voz. Lentamente me giré hacía él y pude ver una pequeña sonrisa de dientes pequeños, sus ojos era muy azules. Su rostro era peculiar, no del tipo que todos considerarían atractivo, pero para mi, él ante mis ojos, era lo más bonito que jamás había visto, incluso ahora, treinta años después, sigo pensando que ningún ser humano de asemeja a su belleza. Pienso que, con todos estos años de vida, no hay sentimiento y experiencia más extraordinaria que el contemplar por primera vez a la persona que sabes que inconscientemente recordarás para siempre.

“-Soy Jonathan” dijo él, esperando a que saliera algo de mi boca. “-Alexandra” respondí yo, aunque quería gritarle quién era. “-Bueno, ahora que ya nos presentamos, no creo que tengas que mirarme toda la noche en silencio.” Cuando dijo esto, creí que se alejaría de mi y no volvería a hablarme, me sentí humillado y torpe  pero me equivoqué, porque a pesar de mi falta de palabra debido a mi timidez, él se encargó que mantenernos en conversación durante toda la noche, porque permaneció junto a mi y no se movió en ningún momento. Recorrimos el salón en varias ocasiones y a pesar de que intentaba no mostrarme muy acaudalado por su presencia, cada vez que hablaba intentaba acercarme más a su rostro con la excusa de no oírlo por culpa de la música. Jonathan era una muchacho astuto, ahora estoy seguro de que era completamente consciente de mi propósito. 

Me habló de sus amigos, de su hermano mayor, de la reciente llegada al barrio y de sus gustos musicales. Los gestos que adoré de él desde el principio fueron las muecas que se formaban en sus mejillas cada vez que sonreía y lo pequeños que sus ojos se veían al reír. No era por presumir, pero la química entre ambos era innegable, ese chico me gustó de inmediato.

En algún momento albergué la esperanza de que me besara, a pesar de que no estaba seguro de sus intenciones conmigo, yo era una chica, una muy bonita, de labios rojos y cabello oscuro. Al día siguiente iba a irme, y no volvería a verlo, al menos por un largo tiempo si es que luego de Irlanda volvía a encontrármelo, y realmente tenía la necesidad de que nos besáramos, aunque él besara a Alexandra, a quien veía sus ojos, yo era mi versión autentica y me sentía tan bien como nunca antes, aunque él no lo supiera. Quería que él fuera consciente de mi necesidad y en un momento de la noche, pasadas las tres de la mañana, lo miré a los ojos tan fijamente que intenté penetrar todos sus sentidos y que fuera capaz de leer mi mente. Lo necesitaba, realmente lo necesitaba. Jonathan, quién no emitió palabra alguna, sonrió sin dejar de mirarme a los ojos y acomodó lentamente un mechón de cabello, detrás de mí oreja izquierda. Él iba a hacerlo, en su momento tuve mis dudas, pero ahora lo sé con completa certeza, él iba a darme un beso. Pero no lo hizo, un amigo lo arrastró del brazo pidiéndole que lo ayude con un amigo que se había metido en una pelea, el muchacho estaba tan alterado que ni Jonathan ni yo pudimos despedirnos. Esperé una hora en el salón, aguardando poder verlo, pero ya se había ido, así que volví a mi casa, y al siguiente día  me fui a Irlanda. 

En resumidas cuentas Irlanda fue bueno para todos, menos para mí. Porque en pleno mes de agosto, fui capaz de tomar el valor suficiente para notificar a mis padres sobre mi decisión. Era el momento de salir al mundo y ser yo mismo, completamente independiente de lo que ellos como padres opinarán, les expresé que a pesar del respeto y el amor que sentía por ellos, lo primordial para mi era el sentirme libre y el amarme. No les gustó la idea, y a pesar de que fueron las tres semanas más agonizantes de mi vida, me dieron permiso para sentirme en libertad de manifestarme como yo lo deseaba. Con la ayuda de Nora, que tomó mi pedido de ayuda como una herramienta para distraerse de si misma, me ayudó con el principió de mis transición. Cortó mi cabello y me ayudó a escoger mis nuevos atuendos. Mamá que aún se notaba en desacuerdo y molesta, me sugirió una manera segura de ocultar mis pechos sin tener que dañarlos. Recuerdo el momento cuando me miré al espejo por primera vez, y también cuando mamá pronunció mi nombre. No quise invertir que el tenía, quería comenzar de cero, y elegí el nombre de Alan. “-Alan” Dijo mamá la noche que papá preparó albóndigas para cenar, y puedo decir que por primera vez en mi vida lloré de pura emoción. 

 Cuando volvimos a Argentina, en Enero del 2019, yo ya era Alan en mi mayor expresión y no porque lo decían mis papás, sino porque eso decía mi DNI, él cuál miré con orgullo durante horas la primera vez que lo tuve entre mis manos ¡Qué alegría tan grande sentirse libre! Como lograr respirar luego de estar sofocado durante demasiado tiempo. Las primeras personas a las que visité fueron a mis amigos, que se alegraron incluso más que yo al verme por primera vez. Incluso hicieron un fiesta en casa de Víctor, donde la pasamos tan bien que no fuimos capaz de darnos cuenta cuándo se había acabado la noche, comenzado el amanecer y terminado el mediodía 

En Marzo comenzaron las clases y conocí al que sería mi mejor amigo, Hugo. Un chico rubio mega alto e intimidante que por dentro era más adorable que Trapito y una de los hombres más inteligentes que tuve la oportunidad de conocer. Nos tocó juntos el último curso, nos sentamos en la misma mesa y comenzamos a hablar de inmediato, me cayó bien desde el principio, hacía chistes tan extraños que me causaba gracia el simple hecho de no comprenderlos por más que los repitiera cinco veces. Tenía buen gusto musical y a pesar de que yo era talle L y el XL, nos prestábamos las camisetas constantemente. El lunes yo iba con una de él y él con una de las mías, y el martes las camisetas se invertían. Así era todo el tiempo, mi amistad con Hugo era tan conocida por mis compañeros que pasamos a ser el típico dúo inseparable para las asociaciones de todo el colegio.

La segunda vez que fui a su casa, recuerdo que llevaba puesta una vieja camiseta que mi primo  Juan Cruz me había heredado de entre sus cosas de la adolescencia. Yo me sentía un muchacho con estilo cada vez que la utilizaba. Es increíble para mi, que a mis cuarenta y cinco años todavía lo recuerde como si hubiese pasado ayer, pero ese día, un jueves a las 16:30 de la tarde, me encontraba en el escritorio de Hugo escribiendo puros garabatos en la computadora cuando noté la presencia de alguien más en la habitación. Era él. Jonathan estaba parado, apoyado sobre el marco de la puerta, con una sonrisa torcida en el rostro, tan guapo como la última vez que lo había visto en la fiesta de Jazmín. “-Hola” Dijo él, repetí el gesto y le pregunté como estaba, él respondió que se encontraba bien, y se presentó como Jonathan. Quedé completamente sorprendido cuando caí en la cuenta de que no me reconocía, ni siquiera cuando dije Alan, estando el parado a mi lado, de espaldas al escritorio mirándome de manera simpática. 

Sí lo había recordado muchas veces durante mi estancia en Irlanda, incluso había hecho unos dibujos de su rostro en mi cuaderno de bocetos, pero me sorprendía el ver que nada en su aspecto había cambiado a diferencia de él. Tenía puesta una remera negra y unos jean azules, era tan delgado que parecía que todo le quedaba grande. Recuerdo que me puse de pie a su lado, yo era un muchacho de metro sesenta y ocho y el medía como siete centímetros más que yo. Al verme de esa forma, siendo por fin el chico que siempre había querido, mis palabras se deslizaron como mantequilla, pero su interés en mi conversación no parecía la misma. Porque de un momento a otro, me encontré solo en la habitación. 

La noche que lo conocí, volví a casa caminando entre las tiendas del centro, cuando me vi en la vidriera de la tiendas de espejos, me había sentido completamente ajeno a lo que veía, pero por dentro me encontraba yo, la versión más auténtica de mi persona, y era por completo consciente que eso se debía al haber conocido a Jonathan. Pero tiempo después, en aquella habitación, caí en la cuenta de que él ya no veía a la chica de la fiesta, yo era Alan, una persona completamente diferente, para él, nunca antes nos habíamos visto.

Resultó ser Hugo y Jonathan no era tan cercanos como la mayoría esperaría de dos hermanos. Hugo era conservador, tranquilo y le gustaba permanecer en su hogar junto a su mamá. Mientras que Jonathan en cambio, derrochaba palabras, era extrovertido, le gustaban las bromas pesadas y era carismático, más allá de su aspecto oscuro de chico solitario. Hugo nunca hablaba mal de su hermano, a pesar de que yo sabía que muchas cosas le molestaban de sus actitudes. En la escuela nunca nos cruzábamos, quizás  en el patio uno de los cinco días que íbamos a estudiar, pero yo aprovechaba cada oportunidad que tenía de ir a su casa para verlo nuevamente. Lo admito, me gustaba incluso más que la primera vez que lo había conocido, y probablemente lo deseaba más que a nada que jamás hubiera deseado antes. Ese muchacho delgado, extremadamente pálido y de metro setenta y cinco era el pensamiento más recurrente que tenía. Sutilmente intentaba averiguar por distintos medios si salía con alguien, chico o chica, quién fuera, por ese entonces yo suponía que era completamente heterosexual, teniendo en cuenta nuestra antigua experiencia y me terminaba engañando a mi mismo al esperar que él se fijara en mí. Inevitablemente alguien apareció, una chica llamada Karim, simpática. Pero admito que mis sentimientos estaban devastados cuando Hugo me contó sobre la relación de su hermano. Intentando que con el correr de los meses las situación no me afectara, Jonathan y yo nos acercamos amistosamente poco a poco, sobre todo cuando en los recesos de estudios que manteníamos Hugo y yo, me iba a su habitación a escuchar música y comparar nuestras listas de reproducción. Le caía bien a Jonathan y yo seguía inevitablemente enamorado, pero lograba ocultarlo de manera que él no se diera cuenta. Hugo en ningún momento dijo acerca de nuestra amistad, él sabía que seguía siendo mi mejor amigo, incluso hasta el día de hoy lo es. No existe amigo más leal e irremplazable que él, que con el tiempo pude descubrir que se parecía mucho a su madre.

La primera vez que me plantee la cuestión de mi atracción sexual, fue un martes por la mañana en la casa de Hugo. Ese día había ido temprano antes de la escuela, para repasar un examen oral de historia que teníamos que rendir juntos. Estábamos en la cocina leyendo, cuando Jonathan se apareció en toalla y con el cabello mojado, nunca antes lo había visto sin camiseta y pude ver la delgadez y el blancura de su pecho, de un grosor completamente distinto al de su hermano mayor. El deseo sexual era algo que hasta ese momento nunca antes había pensado con detenimiento, a mis casi dieciocho años había logrado ignorarlo casi por completo, sin embargo Jonathan apareció aquella mañana tan pícaro y molesto como siempre y fue como si hubiera dejado sobre la mesa aquel tema que yo tanto ignoraba. Estaba embelesado y me dolía que él no fuera consciente de eso.

Dos meses más tarde, convencí a Hugo de ir a una fiesta en casa de uno de nuestros compañeros, casi toda la escuela asistiría y yo no quería que él se lo perdiera. En ese momento me encontraba extasiado ¿Por qué? Todo marchaba bien, Nora estaba recuperando peso, mis notas iban bien, mi papá y yo estábamos averiguando distintas universidades donde enseñarán diseño industrial y Jonathan se había separado de Karim, lo cual no cambiaba mis pocas posibilidades de tener algo con él. A Hugo le gustaba una chica llamada Aldana, una jovencita con el cabello lleno de rulos, bajita y gordita. Muy adorable. Su madre estaba encantada con que a él le gustará aquella muchacha y Hugo no dejaba de hablarnos de ella a pesar de que aún no se le había declarado. Yo quería que él diera el paso esa noche y antes de ir a la fiesta le pedí a Jonathan que me ayudara a convencerlo. Nos costó, pero prometió que haría el esfuerzo y lo intentaría. Esa noche era la primera vez en dos años que volvía a ver a Jonathan bajo luces de Neón y sentí tanta nostalgia  que intenté de todo porque no se alejara de mi en la fiesta. En ese punto yo sabía que le había gustado la primera vez, mi personalidad no había cambiado,  yo era el mismo y me sentía apesadumbrado porque no creía poder ser capaz de lograr nada.

Jonathan tenía la costumbre de utilizar camperas oscuras, verdes y negras. Ese día llevaba una que yo aún sospecho, le pertenecía a su hermano. Una característica que siempre me había gustado de él era su cabello por debajo de las orejas, ni tan largo ni tan corto, tenía la medida justa y a veces su color parecía más oscuro de lo que realmente era. Cuando me dijo que le había encantado el gesto que tuve con su hermano y lo mucho que me preocupaba por él, vi que sí pensaba en Hugo, de hecho me hablo mucho de él, de su madre y de los parecidos que eran ambos, en comparación suya. Me dijo que le gustaba mi manera de expresarme y el hecho de que sabía escuchar cuando los otros hablaban, cosa que notaba cuando me veía con su hermano. Eso siempre me sorprendió porque creía que nos ignoraba por completo cuando estábamos en la casa; Sentí un cariño tan grande por él esa noche, que no advertí en ningún momento que él pretendía besarme sino hasta que lo hizo. Me sorprendió tanto que tardé un poco en responder, pero una vez que lo hice, la sensación fue increíble. Nunca antes había besado a nadie, así que no sabía si lo hacía correctamente. Había visualizado ese momento tantas veces que ignoré si lo estaba haciendo mal, solo quería disfrutarlo. Cuando nos separamos sus ojos tan cerca de los míos, eran de un azul que brillaba incluso en la oscuridad de las luces neón. Aún puedo sentir el contacto de sus dedos sobre mi cabellera.

Esa noche nos besamos unas cuantas veces más, pero al día siguiente no nos escribimos ni un mensaje de texto. Yo había vuelto a casa acompañado de mi hermana, luego que de que ellos regresaran a la suya. No pude dormir en toda la noche y pasé todo el sábado rememorando aquel momento. Luego del primer beso, seguimos conversando sobre nosotros, nuestros gustos e inquietudes, reímos de los chistes y los siguientes besos simplemente fluyeron solos. Yo deseaba verlo nuevamente en persona, pero temía que él no fuera el mismo muchacho de la noche anterior. Pasaron días y días sin poder verlo, Hugo iba a casa a estudiar y yo no lograba encontrarlo en la escuela. Las dos veces que fui a su casa luego de la fiesta, Jonathan no estaba y mi temor se confirmaba lentamente. Intenté tomarlo con calma y centrarme en mis estudios y amigos. Con Hugo íbamos mucho al cine y con los chicos asistíamos a diversas fiestas. Mamá me acompañaba a visitar diversos médicos para los procedimientos que planeaba realizar pronto y mi hermana, ya en mejor estado, me ayudaba a mejorar mi estilo al vestir. En ese entonces ella había decidido estudiar ingeniería aeroespacial, algo que mi madre ni siquiera sabía que significaba y Nora tenía que explicárselo una y otra vez.

El primer lunes de septiembre, al cruzar por la puerta de la casa de Hugo, ya rendido ante la posibilidad de encontrarme con aquella preciada presencia. Jonathan estaba parado en el recibidor, con los audífonos colgando en su cuello. Al verlo, me quedé asombrado y él me sonrió con tanta naturalidad que al mirarme a los ojos solo quise volver a besarlo, cosa que intuí él notó, incluso podía sentir su mirada sobre mí mientras subía las escaleras. Hugo no parecía detectar nada extraño, estaba desanimado porque Aldana lo había rechazado e intentaba negar su dolor fingiendo entusiasmo por los trabajos de la escuela. Cuando Hugo salió de la habitación para buscar un vaso de agua, recuerdo a Jonathan entrar y sentarse sobre el escritorio, yo, como era habitual, me encontraba escribiendo en la computadora, pero en cuanto lo vi concentré toda mi atención en aquel chico. Él no decía nada, pero me miraba divertido, con sus extraños rasgos y su pequeña sonrisa. Sin decir nada, agarro mi mandíbula con una de sus manos, me dio un beso y luego otro y se alejó sin dejar de sonreír. Sabía muy bien lo mucho que me gustaba y lo que sus gestos provocaban en mi, me había leído por completo. Cuando Hugo volvió, él se fue. Aún me rio al pensar en las palabras que mi viejo amigo dijo ese día “-Le gustas, el otro día cuando volvíamos de la fiesta me dijo que estuvieron besuqueándose. Así que ya lo sé.” Sin embargo, sus palabras no eran de molestia, sino más bien, las dijo con gracia. Le pregunté si aquello le molestaba, pero él dijo que no, que todo estaba bien. Solo le parecía extraño porque nunca había notado nada fuera de lo común, lo único que pidió es que si lo nuestro no quedaba ahí y terminaba por desarrollarse, nuestra amistad no fuera involucrada de ninguna forma.

Luego de mi conversación con Hugo, varias dudas surgieron en mi cabeza ¿Qué iba a suceder a continuación? ¿Esto cambiaba algo entre Jonathan y yo? ¿Cuáles eran las intenciones de él para conmigo? En ese punto mi enamoramiento no hizo más que permanecer dentro de mi, pero la incógnita que surgió acerca del futuro me acosaba todo el tiempo. A pesar de que Jonathan era un chico de muchas palabras, cada vez que nos escribíamos por mensajes nos quedábamos sin tema de conversación demasiado rápido, pero cada vez que nos veíamos en persona, siempre en su casa terminaba por sorprenderme la cercanía que él intentaba formar entre nosotros, noté que cruzaba por el pasillo más veces de lo normal y siempre asomaba la cabeza de manera disimulada. Las ocasiones en que su madre me invitaba a cenar, eran incontables las veces que lo sorprendía mirándome cada vez que yo levantaba la vista. Obviamente su mamá no sabía nada, para ella, mi presencia allí se debía a mi amistad con Hugo, de hecho, desde la vez que me besó en el escritorio, no volvió a hacerlo otra vez, solo se limitaba a tocarme el hombro o las extremidades de mis manos, como si lo único que necesitara de mi fuese un mínimo contacto. Esa noche, durante la cena, había otro invitado en la casa. Iván, el nuevo novia de su madre, el silencio era demasiado incómodo como para sumar el hecho de que Jonathan no dejaba de observarme en silencio, esto me incomodaba pero a la vez su presencia provocaba tanto en mi que deseaba poder tocarlo de alguna manera. Era como si él jugara conmigo, quizás solo estaba asegurándose de qué tanto me gustaba.

El martes luego de la clase de Química, me sorprendí al verlo esperándome en la puerta del salón. Hugo, al verlo siguió su camino como si supiera exactamente por qué él estaba allí (Años después me confesaron que lo habían arreglado la noche anterior). De tan solo rememorarlo, todavía puede contemplar a la perfección la presencia de Jonathan parado frente a mí, con un gorro de lana en la cabeza y las manos metidas en su chaqueta color verde. 

La mayoría de las veces las personas esperan que un chico transexual salga con chicas, sin embargo yo estaba enamorado de Jonathan, sin importar qué era. Permanecimos juntos todos el receso, él se comportó con tanta naturalidad y comodidad que parecía no importarle quién nos viera besándonos en el recreo. Esa misma tarde mis amigos llenaron nuestro grupo de mensajes preguntándome desde cuándo estábamos saliendo, yo ni siquiera sabía si estábamos juntos en realidad. Los siguientes días fueron iguales, incluso llegó el momento en el que daba por sentado que Jonathan me esperaría fuera del salón o en la entrada de la escuela para que volviéramos juntos a nuestras casas. Éramos con una pareja sin serlo, porque hasta ese momento ninguno de los dos había tocado el tema de una relación. Hugo y yo seguíamos estudiando y yendo al cine juntos, aunque él ahora sabía que cuando iba a su casa no era completamente debido a él. Jonathan, siempre tan digno de él, disfrutaba de hacer bromas irónicas y molestar con su humor característico. A veces, me llamaba por teléfono a las dos de la mañana solo para hablar y así permanecíamos durante horas, yo era capaz de olvidarme por completo mis horas de sueño y él también. 

Supe que las cosas estaban tomando otro rumbo cuando fui a desayunar a su casa mientras Hugo y yo organizábamos un examen. Jonathan bajó las escaleras y me beso enfrente de su madre. Cuando tomó su lugar en la mesa yo no sabía cómo reaccionar y a juzgar por la expresión, su madre tampoco. Estaba sorprendida. Hugo solo se reía de nosotros.

Pasó un mes hasta que Jonathan habló de nosotros como algo serio. Me dijo que yo le gustaba y que esperaba que fuésemos novios si yo estaba de acuerdo. Estaba encantado, pero antes de tomar una decisión quise contarle quién era yo. Cada vez que conocía personas nuevas (incluso en la actualidad) ignoraba si alguien se daba cuenta de mi transexualidad, yo era yo y solo eso me importaba. Hugo nunca tocó el tema, incluso pareció no darle importancia a si para algunas personas mis rasgos lucían femeninos. Él me trataba con completa naturalidad, como debería ser con todo el mundo aunque lamentablemente no sucedía.

No encontraba las palabras para decirle a Jonathan sobre el tema y  él se rio de mi cuando me dijo que sabía todo y que me había reconocido desde el principio. A ambos nos resultaba gracioso el hecho de que los dos lo supiéramos y nunca tocáramos el tema. Cuando me vio en su casa, supo a la perfección que era la chica linda que había conocido en el cumpleaños de Jazmín, solo que no le importó cómo me veía ahora. Lo comprendía por completo por eso nunca había dicho nada. Nunca voy a olvidar sus palabras: “-Me gustaste casi de inmediato. Desde que te vi acosándome en la fiesta, hasta que te encontré en la habitación de mi hermano. La razón por la cual no me acerqué antes fue porque creí que no te interesarías. Pero me equivoqué ¿Qué puedo decir? Soy irresistible.” 

Jonathan siempre fue una persona de pequeños detalles, no era necesario que expresara el cariño que sentía en palabras. Estaba compuesto de puros gestos. Cada vez que me esperaba en la escuela, cuando acomodaba mi cabello, mi ropa o incluso cuando limpiaba la tierra de mis rodillas cada vez que me ensuciaba al lanzarme del columpio. Cosas que solo hacés por la persona que querés. Estudié su rostro muchas veces y lo dibujé muchas otras. No puedo contar la cantidad de bocetos que recolecté de él con el pasar de los años, podría hacer una biografía compuesta por imágenes.

Seguimos juntos hasta terminar la secundaria, estudiamos en dos universidades distintas y nos graduamos con poco tiempo de diferencia, siempre acompañándonos en todo. Tuvimos tiempos difíciles, como cuando realicé mis operaciones y los nervios casi nos consumieron por completo. Pero nada se compara con el principio de nuestra convivencia ¿Por qué nadie advierte lo difícil que es comenzar una vida con alguien? La organización del espacio y las diferencias se manifiestan como nunca antes. Pero logramos salir triunfantes.

Sí pasó mucha gente que intentó herirnos con sus opiniones, pero siempre tuvimos a las mismas personas queriéndonos y acompañándonos. Lo que Hugo pidió se cumplió, nuestra amistad no se vio afectada de ninguna manera durante estos casi treinta años y contando.






    

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