CUENTO: "Subte, Plaza y Pizza" por Delfina González.




   Cuando Grecia subió al subte,  este se encontraba casi vacío. Solo había cuatro personas además de ella. Eran las siete y media de la mañana y la hora pico en Retiro solía ser desde las cinco a las seis y media, para luego volver a sumar cantidades cerca de las ocho. A esas horas del día, Grecia solía sentirse irritada, como si el sueño le pesase el doble de lo normal. Los ojos le picaban a causa de la mascara de pestañas que tardaba en secar a la vez que sus gafas se empañaban constantemente por el frío y el choque de la calefacción del transporte. Los asientos en fila brindaban poca intimidad, obligando a que uno cruce miradas con extraños igual de cansados que uno. Grecia siempre optaba por evitar dicho contacto visual, prestando especial atención a lo interesante que podía resultar el suelo gris lleno de tierra debajo de sus abrigados pies. Más tarde debería quitarse los zapatos y limpiar las suelas antes de entrar a su puesto de trabajo. Odiaba llamar la atención al dejar rastros pequeños de barro tras de si. Dos hombres vestidos de azul conversaban en voz alta mientras uno de ellos parecía leer con detenimiento las estaciones. Ella había perdido la cuenta de las veces que había seguido de largo por pura distracción. Una señora cargaba entre sus piernas una gran bolsa arpillera, al tiempo que presionaba con fuerza contra su pecho, un pequeño bolso negro gastado. <En cuanto vuelva a casa, me echo una siesta> pensó Grecia, como si llevase trabajando ocho horas seguidas, evitando pensar en el hecho de que se acostó a dormir a las cuatro de la mañana, luego de pasar horas mirando la televisión con los pies sobre el sillón, ignorando el trabajo práctico que debía entregar la semana siguiente. <Mañana lo hago> dijo el lunes, el martes y miércoles. Era jueves y ella sabía a la perfección que tampoco se molestaría en hacerlo ese día.

El subte llevaba un retraso de casi diez minutos. La doctora iba a asesinarla. Era la tercera vez en el mes que llegaba tarde a trabajar. No es como si a ese horario tuviesen muchos pacientes que quisieran arreglarse los dientes. La mayoría de las personas preferían la media mañana y el mediodía. <Pero claro> Siguió pensando <A la vieja le encanta mandarme a hacer todas las compras de la semana. Es increíble como comen los pendejos de sus hijos> Su estomago rugió recordándole que apenas había bebido un vaso de agua antes de salir de su casa. Miró su celular. Escuchó en chasquido cerca suyo, y notó que alguien la miraba desde la esquina de la fila de enfrente. Lo vio, este sonreía, y ella aterrada volvió a centrarse en la pantalla que poco le ofrecía. A los segundos volvió a levantar los ojos, y la persona seguía mirándola con detenimiento como si intentara descifrar algo en ella. Lo miró con enfado, como si intentara ahuyentarlo y el joven desvió la mirada, para minutos más tarde sentarse a su lado. Ahora solo eran cuatro personas, la señora se había bajado. Tenía miedo.

-Hola –Dijo el muchacho.

Ella tragó saliva, repasando en su mente el objeto más práctico que llevase en su bolso, para usarlo como medio de defensa si este intentaba atacarla.

-Hola –Devolvió el saludo sin mirarlo.

-Perdón, pero creo que nos conocemos ¿Vos sos Grecia, no? –Preguntó el chico, con un poco de vergüenza en la voz. Ella lo miró sorprendida <¿Y este quién es?> cuestionó en su mente- o a lo mejor me confundí. Es que te parecés mucho a una compañera que tuve en el secundario.

-¿Te conozco? -Su mano derecha ya estaba blanca por la presión con la que sostenía la tira de su cartera.

-Soy Enzo. Creo que estudiamos juntos en la 68. En el curso 6°c, de Sociales.

-¿Enzo? –Preguntó con confusión. No reconocía su rostro- ¿Enzo qué?

-Enzo Gómez –Respondió el chico. Gómez. Sí, le sonaba ese nombre, pero le era difícil recordar ese rostro de otro lado. Tenía las cejas ligeramente depiladas. Su piel era un poco morena y llevaba puesta ropa deportiva ¿Habían estudiado juntos, o simplemente estaba loco?

-Me suena tu nombre, pero no tu cara. Perdón –Se disculpó ella, en un intento por ser amable ¿Cuántas estaciones faltaban para bajar?

-Es comprensible, el año pasado me rompí la nariz jugando al futbol y me tuvieron que operar ¿Seguís viviendo en Banfield? –Preguntó como si hubiera dado por sentado que ella era la persona que había pensado. El mismo nombre, el mismo colegio y compañero cuyo apellido le sonaba. Lo más probable es que el muchacho estuviese en lo correcto.

-Sí. Vivo con mis viejos –Dijo con un sabor amargo en la boca.

-No puedo creer el tiempo que pasó. Siete años. Pero vos estás igual –Observó. Grecia no supo si tomar el comentario como un insulto o un alago- ¿Qué hacés de tu vida? ¿Estudiás? ¿trabajás?

Ella lo miró despectiva ante sus preguntas, y por un momento quiso contestarle <¿Y a vos qué carajo te importa que hago con mi vida?>, pero automáticamente descartó la idea. En cualquier momento se bajaría y no tendría que volver a verlo.

-Estudio Ciencias de la educación –Respondió- Estoy en tercero –¿Cómo había llegado a ese punto? Ella, a quien le pesaba leer un texto de dos hojas. Qué irónico le resultaba estudiar esa carrera siendo que jamás se interesó en lo más mínimo por la educación, y mucho menos por otras personas. Lo sabía y pensaba eso de sí misma. No se avergonzaba de que fuese así.

-Ciencias de la educación. Mirá vos que bien –Dijo Enzo, como si entendiese a la perfección de qué se trataba. Grecia supo que no era así. Él se mantuvo en silencio, a la espera de que ella lo interrogase a él. No tenía ganas, no le importaba nada que pudiese venir de él. Solo quería llegar al trabajo y perder el tiempo hasta la hora del almuerzo. Él pobre le dio pena.

-¿Y vos a qué te dedicás?

-Yo no estudié. Empecé la carrera de turismo pero la dejé porque empecé a trabajar en un gimnasio en Once.

<Lo ultimo que me faltaba> pensó ella. <Trabaja en Once, va a bajar en la misma estación que yo y no va a dejarme en paz.> Lo mejor sería cortarlo de raíz para que ya no la fastidiase.

-¿Seguís hablando con alguien del curso? –Quiso saber él- Yo sigo siendo muy amigo de Juan Ponce ¿Te acordás de él?

Claro. Juan Ponce ¿Cómo olvidarlo? Lo había besado una vez en la fiesta de fin de año, allá por el 2014. Lindo pibe, pero muy poco inteligente.

-Sí. Me acuerdo de él ¿Cómo está? –Preguntó con un poco de interés.

-Bien. Estudia agronomía, tiene una hija de dos años.

Hijos ¿Los de su generación ya tenían hijos? Grecia a veces le pedía a su madre que le hiciera un té verde antes de dormir, porque según había leído en un artículo de internet, ayudaba a adelgazar.

-Bien por él –Comentó ella, sin ánimos de pensar en una respuesta. Miró el cartel de letras rojas. Por fin había llegado- Bueno. Me tengo que ir, estoy llegando tarde al trabajo.

-¡Claro! ¡Qué tonto! –Exclamó- Sí no lo mencionabas, hubiese seguido de largo –Dijo al ponerse de pie- ¿Qué te parece si nos volvemos a ver? Podemos tomar un café en el bar en la esquina de la plaza del centro. Allá en Banfield.

-No sé –Respondió ella, intentando salir de tal apuro lo más rápido posible- Tengo mucho trabajo.

-¿Qué te parece el sábado, tipo siete? –Siguió él con su propuesta, como si ignorara lo que ella acababa de decir. Grecia balbuceó alto indescifrable- Nos vemos ahí –Parecía hablarle al viento, mientras se separaban entre las personas del andén. Parte de la prisa de Grecia se dividía entre la presión laboral, y las ganas de huir del extraño, que aparentemente no era un extraño aunque ella no lo recordase.



  El sábado por la noche Enzo esperaba a Grecia en la esquina de la plaza, justo en la puerta del bar nuevo. ya pasaban las ocho y media y ella todavía no aparecía. Sin embargo, el muchacho seguía esperando. No tenía otra cosa que hacer, los muchachos a quienes él erróneamente consideraba sus amigos debido a la escases que tenía de estos, parecían estar dispuestos a ignorarlo, y no tenía ganas de estar en una casa donde todo el mundo lo miraba con recelo ¿Qué hace un muchacho de más de veinticuatro años, un sábado por la noche,  en la habitación de la casa de sus padres? Nada. Absolutamente nada ¿Qué otra cosa haría? La mente de Enzo estaba tan en blanco como sus planes a futuro.

El frio lo estaba estremeciendo, su remera azul y unos jeans oscuros eran lo único que llevaba puesto. Había demasiado viento y Grecia llevaba demorada más de una hora ¿En realidad a quién estaba esperando? Ella nunca había accedido a aquello, pero él necesitaba una excusa para permanecer fuera de la casa. Sabía que ella no se presentaría, y no la juzgaba ¿Por qué lo haría? Claramente no lo recordaba, y ese jueves por la mañana no había dejado más impresión que la de un loco solitario.

Suspiró, cruzó la calle y tomó asiento en el banco de madera oscura. Estaba dispuesto a esperar a la nada misma, no iba a irse. <Hasta las once, o quizás las doce podría quedarme...quizás la una. Aquel horario sería más apropiado para alguien de mi edad. Sí me preguntan qué hice ¿Qué voy a responder? Tomé unos tragos con mis amigos, y miramos el partido de Racing en la tele del bar.> Con esa respuesta nadie haría pregunta alguna, ni siquiera sabían que él no apoyaba ningún equipo de Futbol, porque ese deporte no le gusta en lo absoluto.

Sacó su teléfono, se colocó los auriculares y observó cada lugar a su alrededor, desde la tienda de ropa que se encontraba a su izquierda hasta el bar de la esquina. A su lado había un arbusto seco que caía con debilidad sobre la oscura madera del respaldo. Sintió una mano sobre su hombro y al fijarse vio a Grecia, seria como la última vez. llevaba puesto un abrigo largo de algodón y unos pantalones grises, parecía vestir una pijama. A lo mejor vivía cerca de allí y recordó la invitación ¿Cuál habría sido aquello que la incentivó a asistir? Se supone que no debía estar en ese lugar. Ella lo sabía, y él lo había dado por sentado.

-Hola –Saludó ella- Perdón por llegar tarde ¿Hace mucho que estás esperando?

-No –La mentira fue evidente, pero ninguno comentaría nada al respecto- pensé que no ibas a venir.

-Estuve muy ocupada con el trabajo y la facultad. A penas tuve tiempo de cambiarme –Se excusó ella, sumando una nueva falacia a aquella extraña situación.

-Claro. Me imagino ¿Vamos a tomar un café?

Grecia no parecía mostrar culpabilidad alguna por hacer esperar al muchacho. Parecía relajada y miró con poco interés el local de la esquina. Vestía como si fuese a meterse en la cama, pero se comportaba como sí estuviera dispuesta a controlar la situación. Él pensó que lo más probable era que ella lo considerase un tipo tonto, y era así, pensaba exactamente eso.

-No. Está bien, Podemos quedarnos acá. No hace mucho frío. –Respondió.

-¿Segura? –Preguntó él- Yo puedo pagar –"Puedo" la palabra que lo hizo entrar en dudas en si había dicho lo correcto.

-Tengo plata, solo que no me apetece tomar nada. –Aclaró un poco a la defensiva al sentarse en el banco, que rechinó al cargar el peso de la joven- ¿Qué tenés en mente? –Quiso saber. Todo aquello le resultada demasiado imprevisto. Estaba vestida como si lo único que quisiese fuera acostarse en un maldito colchón. Se supone que aquello no sucedería esa noche, no tenía pensado asistir. Cambió de opinión al ultimo segundo, con el propósito de evitar un nuevo roce con su madre. Enzo iba demasiado arreglado, y eso la fastidió. El chico desprendía una vibración de mediocridad que la deprimía, hubiese preferido no encontrarlo allí esperándola.

-¿A qué te referís? –Preguntó él con confusión.

-Me invitaste ¿Qué vamos a hacer? –La obviedad en su voz lo hizo sentir más estúpido de lo normal. No había pensado en nada más que en beber algo y charlar de viejas anécdotas, más allá de que no tuviesen nada en común que compartir. Según ella él era un desconocido, y para él Grecia era una excusa que le permitiría evocar el pasado.

-Tenía planeado que tomáramos algo y hablar de cosas, recordar el colegio, no sé. Hablar de los demás, como nuestros compañeros. –Dijo enumerando en su cabeza, las pocas que cosas que se le ocurrían en el momento.

-Me gusta la idea. Dijiste que seguís hablando con Juan y que tiene una hija ¿Con quién más mantenés contacto? –Preguntó con interés, mientras acomodaba sus piernas sobre la madera del banco.

-Casi todos los del curso. La mayoría sigue viviendo en Banfield. Evelyn Gutiérrez se casó apenas nos graduamos. –Dijo el muchacho- ¿Te acordás de ella?

-¡Sí! Es la que siempre estaba con Sofía. Que mina insoportable, por favor...¡Las dos eran como uña y mugre! No sé cuál era peor.

-Sofía siempre le chupaba las medias a los profesores. –Comentó Enzo.

-¡Tenés razón! Y siempre utilizaba calzas de colores que le quedaban horribles. –Dijo entre risas- ¿Qué fue de esa chica?

-Se egresó en la carrera de Ingeniería eléctrica, en Lomas –Respondió él, fingiendo risa. No sabía qué tan gracioso debía pretender que le resultaban sus comentarios. Durante la secundaria, Sofía y él habían sido novios. Todo lo que sabía de ella, era gracias a sus redes sociales, las cuales revisaba con regularidad.

-Ah. Qué bien por ella –Dijo Grecia para luego permanecer en silencio-. Espero que no asista al trabajo con esas fachas porque no sé cuánto va a durarle su puesto –Estaba siendo cruel a propósito. Todo era cuestión de orgullo- ¿Hace mucho dejaste turismo? –Quiso saber. Necesitaba una dosis de autoestima.

Enzo se acomodó luego rascarse el codo, lo había hecho con tal fuerza, que había dejado leves marcas blancas de resequedad.

-Dos años más o menos. Me iba bien pero necesitaba trabajar y en el gimnasio mi primo me necesitaba a jornada completa. –Enzo se detuvo a pensar en si era necesario agregar algo más, o si serían demasiadas explicaciones- Me quedé en el camino –Dijo casi en un suspiro disfrazado de gracia.

-Pero sos joven, tenés tiempo –Dijo Grecia fingiendo consuelo, como si su principal propósito fuese lastimarlo para sentirse mejor con ella misma. Al menos ella podía decir que seguía una carrera.

-Tengo 26 años –Agregó él- el mundo cambia rápido. La mayoría de nuestros compañeros de curso ya están recibidos, o tienen un buen laburo o hicieron algo productivo con sus vidas. No sé, me da miedo estar perdiendo el tiempo.

¿Por qué decía esas cosas? A Grecia le resultaron tan personales que la deprimía. Ella también tenía 26 años, y no pensaba estar perdiendo su tiempo ¿Por qué iba a sentirse así? Hacía lo que quería cuando quería, y obtenía lo que quería cómo quería y cuándo quería. La mirada repentinamente apagada del muchacho casi le dio arcadas.

-Pero trabajás, no estás perdiendo el tiempo. –Corrigió ella,

-Trabajo de algo que no me gusta. Cuando era más chico siempre me decía que no iba a terminar así, y es justamente lo que estoy viviendo ahora.

Ella bajó los pies del asiento y descansó toda su espalda sobre la cabecera del banco. Miró hacia la esquina, y sin previo aviso se dirigió al bar. Enzo la siguió con sus ojos, llevaba la ropa holgada y caminaba con un andar despreocupado que le transmitió falsedad, como si en realidad controlara en su mente cómo quería verse al hacerlo. A lo mejor la había aburrido con su patética confesión, y al igual que los muchachos, se alejó por el espanto. Se consideraba demasiado emocional y entusiasta. Todo lo que una persona normal expresara él lo demostraba tres veces más, siempre había sido de esa forma. Demasiado apurado al hablar, demasiado exagerado al gesticular, y demasiado invasivo al conversar con los demás. Todas las noches pensaba una y otra vez en los fallos que había cometido ese día, y se repetía que no volvería a pasar al siguiente, pero terminaba fallando en el intento. Se esforzaba demasiado en causar buenas impresiones en los demás, en ser simpático y agradable a la vista de todos, lo suficiente como para lograr que se quedasen aunque nunca cumplía tal expectativa.

Grecia volvía con ambos brazos alzados a la altura de sus codos, llevaba las palmas abiertas hacia arriba y parecía cargar algo blanco en cada una de ellas. Miró a cada lado antes de cruzar la calle, y se sentó nuevamente tendiéndole lo que parecía ser algo cubierto por una servilleta.

-Me dio hambre. Te traje una porción de pizza –Anunció.

-Gracias –El muchacho vio la comida, y esperó a que ella diese el primer mordisco. Eso era algo que también resaltaba, comía demasiado rápido.

-Entonces –Continúo ella mientras masticaba, tapaba su boca al hablar para que no se viese lo que tenía dentro- así que te da miedo estar perdiendo el tiempo. Yo nunca me sentí así.

-Pero vos estás estudiando y trabajando al mismo tiempo –Dijo él a modo de reproche, como si no estuviesen en la misma situación- Hacés algo productivo, o al menos algo que te gusta.

-En realidad estoy hace más de tres años en la carrera, y todavía no metí ni cinco materias.

-¿Por qué? –Preguntó él.

-Soy demasiado floja al estudiar. –Admitió- mi mamá dice que todo lo que una persona común hace en dos horas, yo lo hago en cuatro días.-Lo decía con gracia, divertida.

-¿Y a ella no le molesta? –Preguntó confundido, Enzo.

-Ya está acostumbrada –Contestó levantando ambos hombros en señal de poca importancia.

-Qué bueno que te lo tomes así. Si me pasara a mí, mis viejos me echarían de la casa. Sigo ahí porque saben que con mi suelto no llego a un alquiler –En realidad aquello no le resultaba bueno, pero no estaba dispuesto a verla enfadada. La imaginaba como esas mujeres que gritaban en un lugar público sin inhibición alguna, sin miedo a que los demás se volteasen a mirarla, y le pareció una idea inteligente dejarla hablar sin contradecirla en nada. <Enzo> se dijo a si mismo <Siempre tan complaciente, mendigando por un poco de atención. Tan bajo y tan pobre que das pena>. Grecia lo miró, frunció los labios, tenía la mandíbula tensa y aún cargaba restos de masa a medio tragar. Sabía lo que ese chico pensaba, el idiota no era capaz de ocultar nada, su rostro era como una simple lamina transparente que cubre algo inútil de esconder.

-No hablemos de cosas sin importancia ¿Qué más sabés de los chicos? Me acuerdo de un compañero medio rubio –Parecía pensar una imagen correcta en su cabeza, tenía ciertos recuerdos tan gastados que no estaba segura de asimilar personas a los momentos correctos de su vida- uno que tenía cara de asesino serial ¿Te acordás? Su papá siempre lo llevaba al colegio. Era un viejo, con las chicas siempre nos causo gracia que su padre se viera como un abuelito. Ese chico me daba una impresión un tanto siniestra, me daba miedo ¿A vos no?

Enzo se encogió de hombros. Hablaba de Federico. <Buen pibe> pensó, enterró a su papá hacía unos meses. Ahora cuidaba de su madre igual de anciana que su viejo. ¿Por qué sabía tanto? Conocía la vida de personas que seguramente ni recordaban su nombre. Federico y él solían llevarse muy bien, pero habían pasado casi dos años desde la última vez que se habían visto en persona, perdieron el contacto de un día para el otro. Estaba almacenando en su memoria, datos inútiles que probablemente seguirían presentes cuando llegase a las tercera edad, para esas alturas Enzo ya sería un libro de historias innecesarias.

-A mi me caía bien –Admitió- era amable con todos, incluso los que no le caían bien.

-Ya sé. Era buen pibe, pero decime ¿Acaso no tenía una apariencia aterradora?

Era cierto, el pobre muchacho tenía ojeras tan oscuras que parecían pintadas en el rostro, y sus dientes eran demasiado grandes como para que sus labios los cubriesen, era flaco como una escoba y tenía el cabello demasiado fino. Sin duda era una apariencia llamativa.

-Ahora que recuerdo había otro muchacho también, un chiquito bastante rechoncho. Que chico gracioso, siempre llevaba los pantalones demasiado bajos y se le veían los calzones. Hasta los profesores se reían de él. Me pregunto cómo estará ahora ¿Te imaginás? ¡Qué triste debe ser andar por la vida con ese aspecto! Es como ser un corchito. –Dijo entre risas- Buenos, quizás no era tan bajito, pero era tan gordito que parecía un centrifugador. Qué personaje.

Enzo miró su reloj. No había pasado ni hora y media desde que estaban allí, pero comenzó a sentir que el tiempo estaba circulando demasiado lento, un poco agobiante. Grecia estaba a poca distancia de él, y desde su lugar le llegaba el mal aliento a tomate rancio y cebolla. El frío le puso los pelos de punta, y se arrepintió de no haber llevado un abrigo. Tendría que tomar un Remis o el colectivo para llegar a casa sin morirse en el camino. La neblina había comenzado a levantarse y el pasto en el suelo ya estaba húmedo. Miró al cielo. No había nubes, el azul de la noche estaba estrellado. Mañana sería un buen día, y los domingos le gustaba levantarse temprano para tomar mates con Carlos, el vecino de enfrente. Era mejor irse, y si en casa alguien le preguntaba por qué estaba allí siendo tan temprano, él se excusaría con un dolor de cabeza.

-Me tengo que ir –Anunció- Mañana madrugo.

-¿Ya? ¡Pero recién llegamos! –Ella estaba sorprendida, no es que hubiese albergado algún tipo de idea o esperanza en aquel penoso encuentro, pero no esperaba volverse tan temprano. Había entrado en calor y le había tomado el gusto adecuado al recuerdo de sus antiguos compañeros de curso.

-Lo sé, pero a las siete tengo que estar en el trabajo –Mentía, hacía un largo tiempo que su primo le había otorgado los fines de semana para descansar- me dio gusto verte. Espero que te vaya bien en la facultad.

-Gracias, yo también espero que sea así. –Enzo se detuvo unos segundos, quizás esperando a que le deseara lo mismo a él, pero le pareció inútil. Era una suerte que no deseaba que ella le otorgase, lo único que esperaba era llegar al colectivo, de lo contrario tendría que gastar más en el Remis.

-Me voy entonces –Anunció antes de darle un áspero beso en la mejilla, para luego dirigirse a la parada del transporte. Grecia estaba sorprendida, y un poco disgustada por el repentino comportamiento de su inútil compañero, dentro suyo se arrepentía por no haberse quedado en su cama, cómoda y mirando una película. Enzo, cuando hubo llegado a la esquina contraria al bar, donde ella no pudiese verlo, subió sus pantalones antes de extender su brazo y detener el colectivo.

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