RELATO: "La balsa" por Delfina González.

 



1969.

   <Papá lastima a mamá.> Eso dijo Sergio, mi hermano. <Le pega, por eso mami llora. El otro día vi cómo le daba patadas en la panza, cuando me vio, me gritó y vine al cuarto. Tuve miedo de que me pegara a mí también. Me dormí y después ella vino a decirme que todo estaba bien y que no me preocupara porque papá estaba un poco enojado pero que ya se le había pasado> No es la primera vez que pasa, pero sí es la primera vez que los escucho. A veces, cuando vuelvo de la casa de mi amigo Javier, encuentro a mamá con los ojos rojos o la boca con sangre, pero él ya no está ahí. Nunca está ahí para que lo vea. Sin embargo, siempre supe que era él, pero nunca digo nada porque soy demasiado menor para que me escuchen, las personas nunca hacen caso a los más chicos. No me gusta ver a mamá llorar, pero me da miedo preguntarle cómo se siente y que se ponga más triste, también me asusta decirle a papá que ya no lo haga, porque podría pegarme con su cinturón como le hizo a Antonella. Ahora ella tiene las piernas marcadas. Mamá la viste con pantalones largos aunque haga mucho calor y ella proteste. Yo no quiero tener las piernas marcadas, a mi hermana le duelen y quiero meterme en la pileta de la abuela. Si tengo las piernas lastimadas, mamá no va a dejarme hacerlo. 

Papá nunca está en casa, se levanta temprano en la mañana y vuelve cuando estamos todos acostados. A veces me cuesta dormir por el calor y los mosquitos, Marcelo me patea y Jorge se tira pedos. Es difícil dormir entre los dos porque son más grandes que yo, y ocupan demasiado espacio en el colchón. Matías y Facundo tienen suerte, ellos son mayores y pueden dormir en sus propias camas. Matías tiene diez y Facundo doce. Son mandones pero los quiero igual, sobre todo porque cuando volvemos de la escuela, me bajan las moras de los árboles que quedan de camino a casa, y si me ensucio las manos y el guardapolvo con el jugo violeta, ellos me limpian con el agua de la canilla de la casa de doña Estela. Dolores siempre nos amenaza diciendo que se lo va a contar a mamá, que nos prohibió robar frutas de los árboles de los vecinos, pero nosotros lo hacemos igual porque al final nunca se lo cuenta y termina comiendo con nosotros. Somos nueve hermanos, y todos dormimos en la misma habitación que antes era el depósito donde papá guardaba sus herramientas. Ellos duermen en un cuarto separado al de nosotros, del lado contrario a la cocina. La casa es chiquita y no es difícil escuchar todo lo que hablan. 

Mamá es buena, ella es la mejor mamá del mundo. Nos baña, nos da de comer y nos canta canciones que el abuelo le cantaba. Es linda, incluso cuando no se peina. Me gusta que nunca se enoje cuando la llamo durante la noche porque tengo ganas de vomitar o si me duele la cabeza. Nos lleva al médico y nos compra alfajores, siempre los mismos, los cuatro por diez centavos <Es una buena oferta> dice ella <Hay que aprender a buscar buenos precios y ahorrar la plata> Facundo dice que mamá es muy inteligente, y yo le creo. Él la quiere mucho, y le duele cuando está mal, siempre dice que como es el mayor tiene que cuidar de todos cuando papá no está en casa, pero ahora incluso se mantiene despierto hasta que se van a dormir porque dice estar atento a que mamá no se sienta mal. Él piensa que yo no lo entiendo, pero sé que se refiere a que papá no la lastime, aunque todos sabemos que no puede hacer nada porque no tiene demasiada fuerza como para defenderla.

Es martes y mañana es navidad, estuvimos toda la tarde hablando sobre eso. Vamos a ir a la casa de mi tía Paola y ella tiene una televisión a color, lo que nos entusiasma mucho. La habitación está a oscuras, y la mayoría parece dormir, pero yo no puedo hacerlo. Escucho sus voces desde hace un rato. Papá está enojado, me asusté cuando escuché los vidrios rotos, hacen mucho ruido, mis hermanos deben simular que duermen porque es difícil ignorarlos. Yo miro a Facundo, que prendió la radio <No> le dije <se va a enojar.> pero fingió no escucharme. La música está alta, la van a oír igual. Papá podría entrar y retarnos, o peor aún, podría pegarnos también a nosotros. Tiene las manos grandes y secas, me recuerdan a una lija, no me gustaría que me tocase. La canción que suena es conocida, mi prima Gladys siempre la canta en el colegio. Intento centrarme en ella para no escuchar los llantos de mamá, mientras Facundo mira la pared vacía. Todavía tiene una cascara grande cerca del ojo justo en medio de la mejilla, parece una garrapata de esas que le sacamos al perro, me da impresión mirarlo a la cara, pero no puedo evitarlo. Es eso o escucharlos a ellos.

<Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado>

Dice el cantante, y Facundo lo sigue.

<Tengo una idea es la de irme al lugar que yo más quiera>

<Me falta algo para ir pues caminando yo no puedo>

<Construiré una balsa y me iré a naufragar>

Facundo está cantando y sus ojos se ven tristes, como cuando desapareció Rufina, su gatita amarilla.

<Tengo que conseguir mucha madera>

<Tengo que conseguir de donde pueda>

<Facundo> digo para que se calle, pero él me ignora. Tengo miedo de que entre y lo lastime. Es chiquito y le puede hacer mal. Me tiemblan los dientes y ahora Jorge me está mirando, no habla y yo sé lo que quiere decirme. Aprendimos a hablarnos en silencio, sobre todo porque sus grandes ojos dicen todo. Me levanto.

<Y cuando mi balsa esté lista, partiré hacia la locura>

<Con mi balsa, yo me iré a naufragar>

Me levanto y camino hasta la cama de Facundo, que está junto a la venta en la esquina de la habitación. No me mira, pero entiendo que sabe lo que hago. Me siento a su lado y lo abrazo, él me tapa los oídos y sigue cantando.




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